jueves, 6 de septiembre de 2007

DOS AFRODISIACOS, DOS…


“Todo lo joven es bello y hermoso y todo lo hermoso es amable...” Cervantes, Don Quijote, parte I, Cáp. XIV

Escrito donde se describen dos afrodisíacos: el cinto de Afrodita y cierto cataplasma que mi Tata tenía en mucha estima…
Sostienen los botánicos y herbolarios que hay tres afrodisíacos naturales que son, la damiana, la canela y el aguacate; a mi me parece que en la medida en que la concentración de testosterona en la sangre sea alta, lo cual es función de la juventud del varón, recurrir a brebajes o artificios, para propósitos eréctiles, sale sobrando, “es como echar agua a la mar…”; la indagación vehemente sobre estos artilugios, empieza cuando aquella hormona en tu sangre mengua…¿ que usar ante tal calamidad ?... buena y luenga, es la lista de ardides a la que es valido recurrir, para lograr renacer el ardor…Un mitológico afrodisíaco, lo era el cinto de afrodita, la hermosa y deseabilísima diosa Griega del amor, las seducciones, el encanto, las sonrisas, la ternura y las caricias. Esta prenda divina tenía el don de inflamar de amores, deseo sexual y erotismo, a quien la portaba; por ello era muy famoso y muy solicitado por las olímpicas deidades, pues a estos, aunque, divinos y majestuosos, también les sucedía que a veces, su olímpica virilidad, ni fú, ni fá…pero resulta que el único que tenia “vara alta” en usarlo era el gran Zeus, hermano de afrodita; este era un dios, que digo, un garañón permanentemente alborotado, mas enamorado “ que un perro bichi”, que le daba tanto “vuelo a la hilacha”, que cualquier rincón del olimpo, se le hacía bueno, para “arrepechar” contra sus columnas, a toda diosa que se le antojara para sus soberanas fornicaciones; no contento con eso, cuando desde su celestial morada, miraba pa’bajo, y columbraba una bella mortal que despertara sus deseos, veloz se descolgaba, eso si, cinto en mano, y hacía uso de cualquier argucia o truco, para satisfacer sus carnales propósitos; un fruto de sus promiscuos amores, lo fue Helena, hija de la adultera Leda-en descargo de Leda, ¿ que hembra se opondría a tan divino amante?- y Zeus convertido en cisne…dejemos a esta lasciva deidad enamorando a las hembras de la campiña griega y situémonos, en los campos culichis, para hablar de las cataplasmas; eran el curalotodo, la panacea, de las abuelas; ¿ que es un cataplasma?; es un trapo untado con el curativo apropiado- sábila, sangregado, cardón, tomate, pomada de la campana,- que puesto al fuego de una hornilla, sobre un comal, y una vez caliente, madres y abuelas, las amarraban con un paliacate en aquella parte del cuerpo que doliera o que no funcionara cual debía y… ¡ sanaba uno como por encanto!



De esa época es, el verdadero, comprobado una “quiotra vez” y sabio consejo que mi tata me dio, referente a la cura de un mal y una desgracia; había que usar, aseguraba el, dos “medecinas” que no fallaban; ¿cuales tata, pregunté yo?
Y el me dijo: “Pa’l mal de la tos, toma como agua de uso, té de eucalipto… y cuando ya estés en la edad de la quietud y el sosiego y con resignada nostalgia recuerdes las henchidas, gloriosas y volcánicas manifestaciones del perpetuador de tu sangre, o sea hijo, si ocupas cambiar un día, el réquiem por la resurrección, en resumidas cuentas, mi’jo, dicho, sin tanta “política”, pa’que se le pare el pico, póngase, cataplasmas de culito nuevo…”; eso dijo mi tata y aquello, hoy lo recuerdo con mucha insistencia… ¡ah! Caraja memoria mía, que casi me hace llorar…

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